LA LIBERACIÓN DE EMOCIONES Y LA SANACIÓN TERAPÉUTICA
Los seres humanos, desde que nacemos, buscamos instintivamente el amor y la aceptación. Ese es el eje central de nuestra existencia, por mucho que la vida nos haya endurecido y no contactemos con ello ni lo reconozcamos.
En esa búsqueda de amor y reconocimiento, el desarrollo del bebé y del niño, está marcado por expresiones de aceptación y rechazo de parte de sus padres o figuras de apego, lo cual va definiendo el comportamiento del niño para obtener ese amor y esa aceptación. Esas claves pueden ser en un extremo, la aceptación total desde la absoluta genuinidad, hasta la aceptación condicional y adaptación de parte del niño a lo que los padres esperan de él.
Las experiencias de rechazo (o abandono) o de condicionamiento del amor y la aceptación, pueden estar cargadas de dolor para el bebé o el niño, lo cual se almacenará en su psique y condicionará las respuestas a estímulos similares en su vida futura. Es así como en la vida adulta, podemos estar reaccionando de manera no adecuada a los estímulos del entorno, de acuerdo a nuestras experiencias de nuestra primera infancia, de lo cual muchas veces no podemos ni siquiera ser conscientes de ello.
Esa herida emocional creada en nuestra primera infancia, está impresa en nuestro subconsciente y operará desde ahí toda nuestra vida, si no la sanamos. Asimismo, la mente es tan hábil, que nos protege del sufrimiento de esas heridas arcaicas, muchas veces bloqueando las emociones dolorosas (y el acceso a ellas), lo cual hace aún más difícil su identificación y consecuente trabajo curativo.
El constante y persistente rechazo de nuestra personalidad genuina cuando niños, por parte de nuestros padres, nos llevó a construir una personalidad adaptada, que, normalmente, cuando somos adultos, colapsa ya que no se puede sostener más.
Para resolver esos conflictos de la vida adulta, que fueron creados en nuestra primera infancia, es necesario liberar las emociones atrapadas, que normalmente son la rabia, el miedo y la tristeza, que sintió ese bebé o niño que un día fuimos.
No es de extrañar, que normalmente no seamos conscientes ni de la rabia ni del miedo acumulado desde nuestra primera infancia, y que sí podamos contactar y expresar la tristeza, ya que ésta última es una emoción socialmente aceptada, a diferencia de las otras dos. Los mecanismos de defensa o de protección que hemos desarrollado tempranamente, nos dificultaran el poder relacionar situaciones contemporáneas, con esas emociones guardadas desde nuestra niñez.
Si hacemos un trabajo terapéutico que determina como causa de nuestros conflictos contemporáneos, una herida de la infancia o trauma, será necesario contactar esas emociones, sentirlas, verlas y procesarlas, tal y como nos debieran haber ayudado nuestros padres, al momento de la situación en la que se generó esa emoción.
En términos normales, cuando un niño siente miedo, o rabia, hay que reconfortarle, hay que validarle su emoción, enseñarle a expresarla adecuadamente y ayudarle a procesar de manera positiva la experiencia, o de manera que no genere impacto negativo (trauma). Pero si por el contrario, al niño se le reprime y castiga sistemáticamente, eso no elimina esas emociones, sino que se quedan guardadas. Si la dinámica persiste, esa emoción se enquistará y generará comportamientos desadaptados a la realidad en nuestra vida adulta.
El trabajo terapéutico entonces, consiste en que nuestro terapeuta nos guíe a replicar esa experiencia emocional de nuestro Niño Interior, para, idealmente, contactar (recordar) con la situación en que esa emoción fue creada y, recibir reconfortamiento de parte del terapeuta, de manera que ese Niño libere esa emoción y re-procese la situación, liberándose las emociones negativas y normalizándose en el subconsciente.
Nuestro esfuerzo como pacientes deberá estar dirigido a, con la guía y el sostén de nuestro terapeuta, intentar contactar con esa herida emocional y abrirse a la posibilidad de re-procesar esas emociones para que se liberen y no operen más desde nuestro subconsciente generándonos condicionamientos y comportamientos que no se ajustan a nuestra realidad como adultos.
Esta
misma técnica sanadora o procedimiento terapéutico, que ha sido explicada y aplicada
a una situación muy común producto de nuestra crianza o primera infancia,
también puede aplicarse a traumas de cualquier otra edad.